Era un cálido día de febrero de 1999. Mi hija Vera tenía un año. Yo la llevaba en cochecito por la Puerta de Jerez, en Sevilla. Cuando pasábamos frente al palacio de Yanduri, sentí una fuerza inexplicable que ascendía desde la tierra y que me dictaba estas palabras: «No sabemos por qué, pero sucede». Cuando llegué a casa, nada más bajar a Vera del cochecito, corrí con mi hija en brazos a escribir el poema en el ordenador (siempre que puedo, escribo los poemas en el ordenador). Algunos versos los escribí con una sola mano, mientras sostenía con la otra a mi hija. Y el poema, como aquel que dice, se escribió solo
Venit creator spiritus et gratia digito volubili mentes attingit :
nescimus quare sit sed est. Prodigium maius si opus fit dum altera
viva creatura sustinenda est
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