Los sevillanos aprendían a interpretar desde muy niños las campanas de la catedral. Su repique anunciaba bodas y funerales, subrayaba mediodías y atardeceres, advertía de plagas y peligros. Desde la inmensa altura del campanario, el canto de aquellos ángeles de bronce dominaba las vidas de los ciudadanos como el eco de la voz de Dios.
Adhuc nesciebant loqui hispalenses infantes cum iam noscebant quid fasti aut nefasti sacra templi aera dicerent et quod prodigium nuntiarent. Ex altissima turri angeles aenei sine verbis carmina urbi proferebant
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